Santuario de Nuestra Señora de la Presentación de el Quinche
SANTUARIO
DELICADEZA Y TERNURA MATERNALES
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA CON SUS DEVOTOS
EL
ARPISTA
En el pueblo de El Quinche vivía un hombre de costumbres muy arregladas y tan devoto de la Santísima Virgen, que sólo por el gusto de obsequiarla, le tocaba el arpa en la iglesia todos los sábados y siempre que se le ofrecía ocasión. Murió el piadoso arpista, y fue sepultado, como pobre, en el santo suelo. Al cabo de algunos años, como cavasen en el mismo lugar para enterrar otro difunto, dieron con un esqueleto perfectamente conservado, con los huesos descarnados y muy limpios, pero sobre todo con las manos hasta las muñecas tan sanas y frescas como si acabase de morir. Divulgada la noticia del suceso, acudieron muchos a contemplar el esqueleto que no dudaban en calificar de prodigioso. Finalmente después de muchas averiguaciones dieron con que en esa sepultura habían enterrado al devoto arpista de la Virgen de El Quinche, cuya piedad y edificante conducta recordaban muchos del pueblo, y todos reconocieron en el caso un prodigio con que la Reina del Cielo había querido manifestar cuánto le agradaban los obsequios de sus devotos.
Una señora hacía su viaje de Quito a Otavalo, y con tal motivo había entregado un tierno niño que tenía, a una nodriza para que lo condujese. A esta última se le había secado de repente la leche, y en dos días de camino no proporcionó alimento alguno a aquella criatura. Cuando llegaron a la parroquia de Malchinguí, el niño había muerto. Al recibir en los temblorosos brazos ese cadáver, la madre como fuera de sí postróse en la plaza del pueblo, pidiendo a gritos a Nuestra Señora de El Quinche que devolviese la vida al inanimado infante, ofreciendo ir en romería al santuario, celebrar allí una suntuosa fiesta, y hacer cuanto le sugería su espíritu contristado. Mientras tanto, los habitantes del lugar habíanse acercado a la desolada Señora, y se esforzaban por encontrar un rastro de vida en aquel cuerpecillo yerto. La madre, después de su fervorosa súplica, en un arranque sublime de fe, toma nuevamente el cadáver del hijo en el regazo, abre los marchitos labios, y destila en ellos algunas gotas de leche; la Santísima Virgen premió al instante tan intrépida confianza, devolviendo instantáneamente la vida y la salud al niño.
RESURRECCIÓN DE
UN INFANTE