En 1586, los indígenas de Lumbisí, lugarcillo perteneciente al pequeño pueblo de Cumbayá, desearon tener una copia lo más exacta posible a la bellísima imagen de Nuestra Señora de Guápulo, a cuyo fin contrataron a Diego de Robles, que esculpió esta preciosa estatua, utilizando cedro y otros maderos. El escultor que era entendido y hábil, realizó admirablemente la obra que se le había pedido; hizo la segunda efigie del mismo tamaño y facciones, quizás más hermosa que la primera.
Los de Lumbisí, o no quisieron, o no tuvieron con qué pagar a Robles; él se llevó la estatua, y sabedor de que los Oyacachis ansiaban tener una, fué a ese pueblo, y la vendió por unas cuantas tablas.
Los indígenas eran dueños de tan inestimable joya y quisieron vestirla; pero eran tan pobres que no hallaron tela adecuada al objeto, entonces cubrieron la santa imagen con una sencilla túnica de esparto, que se ha conservado hasta nuestros días. Engalanada con tan rústico aderezo la celestial Reina había de ser colocada dentro de algún templo, la acomodaron en la hendidura de una peña; allí no tenía más techo que el verde y frondoso ramaje de los árboles.