Había en Oyacachi una indígena de costumbres muy puras, la cual llevaba todos los días la comida a los trabajadores que cortaban la madera para la iglesia, y no teniendo a quien confiar el cuidado de su pequeño campo, cuya mies se hallaba ya en sazón, se volvía a su Virgen de la peña y con sencilla confianza le decía: Yo soy sola, Señora mía, y no tengo a quien encomendar el cuidado de mi trigal, cuidadlo Vos, ya que voy a dar de comer a los que están trabajando en vuestro servicio. Y ¡oh amorosa complacencia de la Reina de los Ángeles!… no se desdeñó de bajar en persona a cuidar el campo; la indígena repetidas veces al volver del bosque la encontró cuidando de su trigal, en medio de la sementera, en la misma forma con que se la veía en su nicho de la peña.