Un piadoso misionero Jesuíta, el R. P. N. López , a consecuencia de los muchos trabajos y fatigas inherentes a su ministerio, había llegado a perder la vista, de manera que apenas distinguía los objetos, y ningún médico había podido curarle de ese achaque. Lleno de fe y confianza en la protección soberana de María, acudió al Quinche, con ocasión de unos ejercicios espirituales que debía predicar ahí. Cierta vez, sintiéndose más animoso que nunca, a tiempo de subir al púlpito, dijo al religioso que le acompañaba: “Va Ud. a ver que la Santísima Virgen me cura, y ahora mismo”. Y así fue; porque apenas principió en la plática a hablar de la Reina del Cielo, cuando sintió que se le descorría aquel velo de oscuridad echado sobre sus ojos; y al bajar de la Cátedra Sagrada estaba ya completamente sano.

Antonio Baldón, paralítico de medio cuerpo abajo, fue al Quinche, en 1898, para implorar de la Virgen Santísima la curación de la enfermedad que le aquejaba durante largos años, sin que los médicos hubiesen podido devolverle el uso expedito de sus miembros. En el camino se encontró con algunos buenos religiosos de Pifo, que le exhortaron a sostener su confianza en la mediación poderosa de María, con lo que prosiguió más animado su jornada. Habiendo felizmente llegado al pueblo, se dirigió apoyado en muletas al santuario de la Reina de Misericordia; allí se confesó y comulgó, a la hora de la procesión, el enfermo se hizo colocar en el atrio del templo; y así que en las puertas de él se presentó la prodigiosa Imagen, el paralítico clamó en alta voz: “Madre mía, si quieres puedes curarme”. Y al instante quedó sano. En el camarín del santuario guárdase hasta hoy las muletas del paralítico.

El año de 1904 se presentó ante el párroco de El Quinche, un militar, como de cuarenta años de edad, que ofreció como exvoto, a la Imagen, un ojo de plata. El comandante Rivadeneira había padecido de varios accidentes a la vista, especialmente un reumatismo agudo que le causaron dolores imponderables, y al fin le ocasionaron la ceguera y la pérdida total de un ojo. El triste Comandante resolvió acudir a la soberana Virgen y se encaminó al Quinche. Llegando al santuario hizo celebrar una misa y al descorrer el velo que cubre la Imagen, haciéndose señal con una campanilla, según es costumbre, el adolorido y ciego contempló por primera vez una vislumbre, a modo de neblina, que pasó por delante de su rostro, y luego volvió a quedar tan ciego como antes. Abrumado por este padecer se quedó dormido. Pero al despertarse, se halló con el ojo completamente sano, y con una vista tan limpia y clara, como jamás había disfrutado antes en toda la vida.